Jornada 2

Barceloneta 4 – Singuerlín 2

Alberto y el saco de las mentiras

El fútbol es un saco que siempre está lleno, lleno de cosas que no sabemos que son pero algunas son verdad y otras mentira, y cuando metemos la mano para sacar algunas de ellas, sean las que sean, postrándolas frente a nosotros las tratamos de verdades absolutas indiscutibles y nos sentimos auténticos portadores de la solución para ganar partidos, ligas, ascender o cumplir objetivos. En el momento que reina la mentira decir la verdad es un acto revolucionario.  Respecto a esto, para ejemplificar que la falsedad se ha adueñado de nosotros les hablaré de alguien que rompe esta norma, de un jugador revolucionario, guerrillero contra la tiranía de la mentira que nos rodea, que sigo hace años, y que, para guardar su anonimato, llamaremos Alberto. El bueno de Alberto es un mediocentro reconvertido a central, con muchos años circulando cada temporada con más autoridad por Tercera división, pongamos que juega en un equipo de la idiosincrasia de Cerdañola o Montañesa, de los que trabaja ocho horas y entrena cuatro días por semana, y que lo lleva haciendo quince años sin descanso, con mujer e hija y un padre que no se pierde un partido mientras devora cajetillas de Marlboro en cualquier grada que prohíba fumar. Alberto no lleva una cinta en el pelo ni tampoco se pone miles de esparadrapos en tobillos o muñecas, no se compró el último modelo de botas mágicas nike sin cordones de color rosa fosforito con purpurina. Alberto no va al gimnasio ni que le regalen la inscripción, fuma y bebe cinco cafés cada día. Alberto no es alto y siempre gana los balones que vienen volando, y no es rápido, más bien es un corredor de marcha que llega siempre limpio al corte contra bestias que corren los 100 metros lisos en cada jugada. Alberto no tiene una espalda como si de un mueble empotrado se tratara y suele ganar los cuerpo a cuerpo con solvencia. No posee una técnica inmaculada y no lo he visto fallar un pase ni comprometer a un compañero lanzándole una piedra incontrolable. Alberto nunca despeja sin sentido, lanza el balón a ese rincón mal iluminado del campo para dificultar al máximo al rival. Básicamente, nuestro amigo hace la mayoría de cosas bien hechas durante la mayoría de los partidos, punto. Alberto es cualquier canción de los Rolling Stones, siempre es buena. Alberto nunca erra. Alberto es aquella novia que nunca te dio la espalda. Destaca por nunca dar el cante, por ser anormalmente regular. Abronca por el simple hecho de abroncar, felicita por el simple hecho de felicitar y protesta al árbitro como los ángeles. Parece que Alberto viene de otro mundo, uno que no ha sido controlado por la oligarquía de las falsedades que vemos por la tele, de las pijadas de niños ricos que todos imitamos sin darnos cuenta mientras nos olvidamos de lo que vinimos a hacer. No corre más de lo necesario, ni se tira al suelo para buscar la ovación fácil. No pierde tiempo y no le hace falta que le den el brazalete para ser capitán. Grita al veterano que lo hace bien y anima al joven que lo hace mal. No finge lesiones, ni grita cuando le pegan y pega si el rival grita más de lo debido. Salta con el codo y pobre del delantero que se queje. No hace, en resumen, gilipolleces, como todos los demás hacemos, contaminados alegremente por la tontería contemporánea de siempre. Un día lo vi marcar un gol en el remate de un córner que cabeceó mal el balón y la metió por la escuadra y no supo cómo celebrarlo, así que lo celebró normal: abrazándose con los demás; Alberto orina encima del Manual para jugar bien al fútbol escrito por ilustrados que imparten clases soporíferas en los cursos de la FCF: él lo reescribe cada domingo sin intención de hacerlo. Alberto, cuando recibe el balón, mira a la izquierda, al tendido, como si buscara a alguien en la lejanía del horizonte, y engaña a todo el mundo entregándosela al lado contrario al mediocentro bajito cabezón dejándolo solo entre líneas para que cree más cómodo, gritándole: ¡solo, cabezón! Alberto es un segurata del buen juego, del que se juega bien, normal, como siempre se ha hecho, sin estridencias. Alberto juega sin darse importancia, solo le importa jugar. Alberto nos diría que Singuerlín indiscutiblemente jugó mejor que la Barceloneta, que cometió errores graves y fue condenado por ello, diría esto y nada más porque no es necesario decir nada más, y se encendería un pitillo y nos ofrecería uno mientras pide el tercer café. Unos juegan a presionar y otros presionan para jugar. Del saco llamado fútbol se han sacado mentiras tratándolas de verdades que dicen que perder tiempo desde el minuto cinco es útil o que correr es preferible que jugar o, una que me da especial asco, que no dejar jugar es mejor que jugar. Singuerlín ha mostrado un buen fútbol antiguo con fallos, que no dejan de ser una de las más bonitas verdades de este juego mentiroso. A pesar de toda esta verborrea, Barceloneta fue justo vencedor.

Alberto se rio en el vestuario cuando el mediocentro bajito cabezón al que le filtra pases rasos llenos de caucho un día de partido le dijo que le dolía el pie un poquito por esta zona de aquí, entre tal y cual hueso; le tiró un ibuprofeno a la cabeza mientras le insultaba y le decía que él siempre juega con dolor pero que ahí está la gracia. Alberto le arregló la caldera del agua caliente a mi madre y se negó a cobrarle y no lo publicó en ninguna red social para vanagloriarse. El apellido de Alberto es Auténtico, cómo el fútbol que se juega para no perder tiempo, el que se suele pelear, competir, luchar y, de vez en cuando, muy de vez en cuando, ganar[1].

 

[1] Bielsa, Marcelo. En alguna rueda de prensa interminable.