En Canadá no juegan a fútbol

Crónica de un descenso.

Singuerlín 2 – Molletense 3

Se certificó el desahucio que se había prolongado durante semanas, cuando ayer nos topamos de morros con las matemáticas, dueñas del reglamento y de la clasificación, y nos envió de nuevo a tercera catalana. Es probable que el convivir con el final fatídico durante muchas jornadas provoque que al llegar duela menos. Una anestesia al fracaso colectivo. La ausencia de sorpresa alivia al más ingenuo. Quién no se consuela…

Sobre el partido diré que ya se ha jugado muchas veces el mismo a lo largo esta temporada y la conclusión que se extrae es que se remó con voluntad, con intención y con cierto entusiasmo, pero el yate que ganó a Mataró y Premià ahora no es más que una balsa a la deriva. El partido fue la temporada resumida en 90 tristes minutos: empezamos bien y terminamos mal, ganando y luego perdiendo, concedimos más de lo que nos regalaron, estando a la altura y precipitándonos al barro. A falta de cinco minutos para el final estábamos vivos en la lucha por permanecer, cinco minutos después habíamos sido remontados por un equipo que no se jugaba nada y parecía más ansioso que nosotros. Damián pispó el balón al número siete rival y la rompió con la izquierda al palo corto del portero, corría el segundo veinticinco de partido. Ellos, después de aproximarse repetidas veces por el área local, lograron meter gol al segundo palo, al llevarnos por delante un balón nosotros mismos a propia puerta, luego de un córner lanzado desde la derecha. Al final de la primera parte Dani, de falta directa, hizo el segundo para los nuestros; por encima de la barrera, pegándole no muy fuerte y alejada del portero. La segunda parte se jugó sin jugarse. No hay treguas que valgan en estos días y, otra vez desde la esquina, pasado el punto de penalti, llegó el empujón hacia tercera catalana. El tiempo añadido no fue una oportunidad, fue un castigo.

Dejando a un lado los argumentos futbolísticos de bar (que son los que se suelen leer por estas crónicas) para explicar la derrota que ha sido la temporada, llego a otras razones, también de bar, para tratar de explicar el descalabro. Sinceramente, todos los porqués que encuentro no son  constructivos y, por lo tanto, inútiles ahora mismo. Por el camino quedan tres cambios de entrenador, un coordinador olvidado al que cesaron hace tiempo, a él y a sus promesas, dos compañeros operados de cruzados y un equipo abatido con setenta goles encajados. Ahora es cuando recuerdo una pintada de color verde que brotó del espray de algún aficionado en la valla que delimita el campo con el parking: Volver a verte en 2cat es lo que + keremos, literalmente. Espero que no la borren, ya que, aunque ha sido una travesía por el desierto, lo hemos intentado allá por dónde hemos ido. Perder en un juego nunca debería ser vergonzoso, y esta vez no es una excepción. Creo que lo más conveniente es dejar la pintada o, mejor, reseguirla para que el sol del verano no la liquide y la lluvia no la acabe de borrar y tragar algo de veneno para volver la temporada que viene. Supongo que todos los clubes son similares, por no decir iguales, sin embargo, hace cuatro años que juego en éste y, después de dos ascensos, este descenso me hace pensar los motivos por los que juego al fútbol: no es ninguna exageración decir que en todos los campos por los que hemos ido nuestros aficionados eran bastantes más que los locales, y hay tres gradas que tengo en la retina: la de Sant Andreu, la de Premià y Mataró, dónde nuestros goles sonaban con más fuerza que los de los locales y las faltas que nos pitan en contra parecían que eran más injustas que las de los demás. Jugamos por las rodillas de Ordóñez y Luís, por los que decidieron apartarse como Mora, Óscar o Manu, y a los que directamente les apartaron como a Pecho o Carrasco, que lucha por otra permanencia. Este club es aquel que cuando vas a sacar dinero al banco te para un señor mayor y te recrimina la rabona que erraste el día de la promoción. Nos costó mucho ascender y permanecer se nos ha escapado de las manos y es una sensación tan desagradable como difícil de sanar. Se empezará de nuevo, siempre se puede empezar de nuevo.   

El pasado otoño pasé unas semanas en Canadá, mientras mis compañeros ganaban al Mataró en casa y se colocaban terceros en la clasificación, siguiendo los partidos por Twitter y enviando whatsapps para saber el resultado de cada domingo y pude añorar muchas cosas pero lo que más me alejó de casa fue ver que en Canadá no juegan al fútbol y que nadie desciende de categoría. Ahí hay que pedir permiso para jugar al fútbol y los niños juegan a béisbol en los parques gigantescos o se lanzan el balón de fútbol americano en medio de la calle. Las familias no van a ver al equipo de su barrio los domingos y no hay pintadas en vallas metálicas alentando a los jugadores. Hay más iglesias que campos de fútbol. No se pierden promociones ganadas ni se destituyen a entrenadores. En Canadá no juegan a fútbol. No saben lo qué es.  

Si han llegado hasta aquí les tengo que decir, sin caer en paternalismos patéticos, que lo peor del fútbol no es perder, lo peor es que no exista.

Carlos López Jiménez.