
Mataró 4 – Singuerlín 2
Me gustan las historias y escribir historias de las historias ya contadas. Leí, no sé dónde , que el escritor uruguayo, Eduardo Galeano, viajó a Madrid en el año 2012, en mayo, para ver la final de la Copa del Rey celebrada en el Calderón, ya olvidado, entre el Barça y el Athlétic. Guardiola y Bielsa. El primero representaba un amor sincero y duradero que llegaba a su fin y el segundo era un amante pasional, joven y sin pausa, de esos amores breves que te agotan y te vuelven adicto, bello por fuera y algo tarado en sus entrañas. Los de Bilbao acababan de perder 3 a 0 la final de la UEFA contra Simeone y Mourinho había arrebatado la Liga a Messi. Galeano vino para ver la final y el final del Barça de Guardiola; ahí acabó ese ciclo empezado con derrota en Numancia cuatro años antes, pese a que algunos ilustrados lo terminan en Wembley o en aquella final del Mundial de Clubes contra el Santos. Sin embargo surgió en Galeano una ilusión interna al ver perder ese grupo de jugadores nacidos en Euskadi. Germinó en él un entusiasmo en la derrota al conocer el ímpetu que brotaba de los pupilos de Bielsa. Dicen que le dijo a Bielsa, el hombre más triste del planeta después del partido, que habían perdido un título pero habían conseguido a un seguidor más, puesto que ese equipo enamoró por encima de fidelidades a otras camisetas. Ese equipo perdedor es lo mejor que le ha pasado al fútbol en muchos años y no hace otra cosa que cimentar la verdad de que lo importante es la nobleza de los recursos empleados, como diría el propio Bielsa. Aquellos leones nos sacaron del largo bostezo en que se ha convertido el fútbol.
En Mataró, en casa del líder, se vio un buen partido, bien disputado en su totalidad, de principio a fin el resultado era incierto y las aproximaciones constantes por los dos bandos. El sol no terminaba de esconderse detrás de los edificios y aún tenía la fuerza para alumbrar como si de una tarde de junio se tratara y el aire olía a primavera; lo mejor de jugar en campos del Maresme es poder ver el mar ahí a lo lejos, pero cerca, imaginando que en escasas semanas irás a bañarte. Los jugadores locales, pequeños y tan habilidosos como rápidos, aparecían y se volvían a esconder entre los centrocampistas y la defensa verdiblanca, tocaban y se iban. El Singuerlín lograba defender el juego del escondite del Mataró con decisión, tapando las brechas en las que se podían ocultar y obligando al central izquierdo a lanzar largos cambios de juego a las espaldas de Óscar y la liebre Nori. El guión del partido estaba tan claro como que en una película de Tarantino vas a ver sangre o que te vas a dormir en una de Isabel Coixet; el probable campeón iba a dominar la mayor parte de los noventa minutos y el aspirante a no descender tendría la opción de contragolpear, hacer daño a su espalda con terreno por delante que explorar, y así sucedió. Se corrió mucho para ayudar, se corrió mucho para atacar y se corrió para que el equipo estuviera junto, se hizo de manera disciplinada y generosa, sin guardarse nada. Basculaciones, transiciones y coberturas; lo mismo que decir que se debía correr más y mejor que el rival para llegar a poder competir un partido que con Var hubiera acabado en empate. Con Var y defendiendo mejor los córners, ya que los dos primeros goles vienen de la esquina izquierda de Raúl, que nada pudo hacer para evitarlos. La primera parte, como digo, el dominio local no se traducía en incomodidad para los nuestros; bien colocados, ganando duelos defensivos y con salidas rápidas: tres pases y se percibía el peligro. En una de estas, pasado el minuto 25, Balca se tomó muy a pecho lo de que alguna vez alguien le dijo de el brasileño de Santa Coloma y, aprovechando estas fechas, se disfrazó de Garrincha, con las piernas dobladas y regateando hasta el linier, alejado de todos en banda izquierda, jugada de fútbol sala precedida de una carrera de 50 metros, casi fuera del campo, hizo tartamudear a su marcador. Yo, personalmente, no sé cómo lo logró pero marcó. El central derecho local, minutos después, evitó sacar el balón de dentro de su portería otra vez, rozando el descanso, y consiguió que Raúl encajara el empate cuando ya estábamos entrando en el túnel, camino a los quince minutos de pausa. De otra categoría. Del 0 a 2 al empate en 60 segundos. El segundo tiempo se desarrolló siguiendo con la misma lógica pero con 45 largos minutos en las piernas, que las hacían pesadas, la cabeza llegaba a la presión pero las piernas se quedaban atrás. Sin Gorka, cambiado tras recibir una plancha, se perdió esa calma y precisión con balón, esos diez segundos que ganas con un buen primer pase después de recuperarla. Mataró jugaba cada vez más rápido, sin errar un solo control, mortificándonos por dentro y por fuera pero cometiendo algunos errores infantiles atrás y olvidando que en nuestro equipo seguía jugando Garrincha, que la volvió a armar. Ya jugábamos sin Rosas hacía rato, Damián le sustituyó y peleó, incansable tirando desmarques y taponando la salida del Mataró por dentro, demasiado alejado del área para crear peligro. Pocos he visto, por otro lado, que se muevan con más inteligencia que Dani y Giráldez, siempre dispuestos a recibir el balón en cualquier zona del campo para prolongar la jugada hacia delante, no son excesivamente rápidos ni muy habilidosos pero hablan varios idiomas dentro de un solo partido, jugarían en cualquier equipo. Giráldez, como todos los singuerlineros presentes ayer, vimos en el primer disparo que intentó aquel que consiguió en la promoción, bombeado e inesperado; esta vez no salió de la misma manera.
El partido se escapó, pero el esfuerzo permanece. Los puntos se esfumaron, pero vuelve a oler a altruismo en el vestuario. Creo que Valdano fue el que dijo a sus jugadores, después de un gran partido cuando entrenaba al Madrid, que jugando de esta manera tenían permiso para perder. Se podría concluir, desde nuestra perspectiva, que sí, que de esta manera perder duele menos y hace que la culpa se quede en el campo y, pese a que el cuerpo duele el día después de jugar, duermes más tranquilo, ya que, podríamos decir que el juego que intentó desplegar nuestro equipo es un fútbol de izquierdas; combatir noblemente siempre es respetable pero combatir desde la inferioridad es admirable. Ser de izquierdas es solidarizarse con el que se sienta a tu lado, es unirse para pelear contra el poderoso. Sin embargo, no sé quién ganará las próximas elecciones generales, cómo acabará el juicio a los nueve políticos catalanes que se celebra en Madrid o si Albert Rivera se acuesta con Malú, lo que sí sé es que ayer vi a un equipo comprometido consigo mismo y creyendo indiscutiblemente en lo que propuso, esforzándose en cada rincón. Fútbol de izquierdas… Una hermosa contradicción es que el jugador más izquierdista, jugando y votando, fue el brasileño Sócrates y fue el Sócrates ateniense quién más hizo por denigrar la democracia. Lo vi en fin de año y le dije que conmigo solo jugaría por banda izquierda, detrás de Garrincha.
Carlos López :: Jugador del primer equipo