Singuerlin respira

 

Gregarismo de patinete.

Singuerlín 2 – Premià de Mar 1

Desde atrás se ve todo más fácil, he sido un privilegiado durante muchos años pero ese día fui feliz, ver a Caniggia marcarles a los brasileros en Italia 90′ me provocó una felicidad imposible de relatar. Óscar Ruggeri, capitán de la albiceleste y campeón del mundo y dos veces de América, va haciendo este discurso por las teles y radios argentinas con esa gracia innata que tienen los de pueblo explicando historias ya sabidas. Los argentinos cuentan tantas veces las anécdotas que sucedieron que las acaban transformando en leyendas que pasan por encima de la realidad y empiezan a construir un lugar donde nos sentimos mejor: lo que nos gustaría que hubiera pasado y no pasó. Ruggeri se ríe mientras recuerda que la canarinha, en cuartos de final de ese mundial, les remataba al palo y el balón volvía caer a sus pies para volverla a enviar al palo, los jugadores capitaneados por Dunga les pasaron por encima como aviones sin poder evitarlo. Ellos parecían 14 y los argentinos 9. En esas que llegaron al descanso y nadie hablaba en el vestuario, silencio, hasta que el árbitro les manda de nuevo a la cancha. Bilardo, que no había soltado palabra en el entretiempo, ya en el túnel de salida, les dijo: perdonen, perdonen, si se la siguen dando a los de amarillo no ganamos el partido. El final, despojado de leyendas con acento argentino, ya lo sabemos, está en Youtube, dónde ahora se corroboran las historias épicas. Caniggia marcó a pase de Maradona.

Verán, el rookie Alberto aprovechó un resbalón del central del Maresme con ínfulas de Lobo Carrasco, tras cinco recortes inocuos en nuestra frontal del área se tropezó consigo mismo, para poder robarle el balón y jugar rápido hacia banda izquierda, dónde Damián aguardaba silencioso y silenciosamente guardaba la última molécula de oxígeno que le quedaba. Creo que los átomos que le faltaban a Damián se los inyectó los gritos de las pequeñas y abarrotadas gradas de Can Zam. Si en el partido de ida en Premià los nuestros eran mayoría, pueden imaginarse ayer lo que fue cuando el zurdo recibió y condujo, marcó los tiempos y se la sirvió fuera del alcance del portero a Xavi que la acompañó amablemente hasta el fondo de la portería. Era el segundo gol del punta en el partido, éste en el minuto noventa; la gente gritó de incredulidad multiplicándose en un instante, después de tres meses larguísimos sin ganar y sin merecer ganar, se ganó cuando menos lo esperábamos y contra quién no esperábamos ganar. Supongo que las victorias inesperadas ilusionan más y son recordadas largamente con más cariño.

Si nos queremos entender con claridad, y para quién no haya visto el partido, los visitantes iban en moto, una Ducati con bastante kilometraje, algo desgastada, con alguna marca de caídas pero una Ducati al fin y al cabo. Los nuestros, en cambio, se tenían que conformar con uno de estos patinetes eléctricos que inundan el centro de Barcelona y que van atropellando transeúntes. La batalla estaba marcada por la desigualdad. Pero es en estas situaciones en las que el fútbol, como dijo Dante Panzeri, ejerce de parangón con el que medir la vida: nuestro patinete tiene una virtud de la que su Ducati carece: el valor sin precio del sentimiento de que el patinete es nuestro. Ese sentimiento de gregarismo que de vez en cuando decanta la balanza, gregarios de un patinete. La vida no se mide, según lo que aprendimos ayer, en la cantidad de lo acumulado, sino en la calidad de lo poco que tenemos, es decir, no es más feliz el que más tiene, sino el que menos necesita, con mucho menos ayer se consiguió algo enorme. Dicho esto, ayer estuve suficientemente cerca para oír el sonido del balón golpeando al larguero, y luego al palo, y luego en los guantes de Raúl, nos atacaban y nos volvían a atacar pero su gol llegó sin buscarlo, se lo encontró su nueve, dentro en el área pequeña. Su delantero, que nos desquició tanto como desquiciado estaba él, acabó expulsado muy cerca del final del partido. Los visitantes impusieron su ritmo durante la mayor parte de la primera

mitad, que se hizo larga y sufrida, la segunda mitad fue más trabada, guerra de guerrillas. Rosas tuvo que ejercer en una posición poco habitual para él, la de lateral derecho. Cumplió con nota y aún le quedaba oxígeno en la segunda parte para adelantarse y jugar de interior con acierto. Giráldez e Iván tuvieron que desgastarse más en correr detrás de sus respectivos laterales que no hacer a sus laterales perseguirlos a ellos. Aritz y Gorka siempre están bien con balón, que lo tratan mejor que nadie y te lo devuelven mejor de cómo se lo has dado, pero ayer se desfondaron más que nunca. Jugaron y no dejaron jugar. Fue el primero de los dos quién vio a Dani desmarcándose dirección al área, poniéndosela dónde había que hacerlo, ni antes ni después, ni más allá ni más acá. Nadie había visto ese movimiento del capitán entre sus líneas y nadie podría haber puesto ese balón de primeras ahí, justo ahí, salvo el diez. Nadie saca faltas como lo hace Dani, y menos dentro del área, que Xavi acabaría de finiquitar en gol, tras meter el balón a la derecha del portero desde los once metros. Los quince minutos restantes los locales se defendieron con la poca gasolina que les quedaba, dignamente y con cierta confianza. Sufriendo más en las contras que en el juego en estático. Los pesimistas veían entrando por la puerta metálica de Can Zam los goles fatídicos que en los últimos minutos nos arrebataron puntos contra Pubilla casas y Europa, solo me cabe felicitar al conserje por cerrarles las puertas esta vez. Los optimistas, contrariamente, querían avanzar más, sin conformarse con el empate. Yo lo hubiera firmado. Ya saben cómo acabó, los gritos que hubo y la emoción que se vivió en Can Zam, les he explicado más arriba lo que pasó, ahora ustedes pueden explicarlo a su manera, comiencen a hacerlo leyenda. Lo fidedigno suele aburrir para casi todos excepto para Vega que salió de punta para perder unos interminables treinta segundos. Ayer solo había catorce pero todos los que faltaban son padres de esta victoria.

Frank Underwood, personaje interpretado por Kevin Spacey, dice en un capítulo de House of cards, que el poder no se mide en la cantidad de dinero o aviones privados que tengas o las mansiones que acumulas, el poder se mide en la cantidad de almas que has vencido, en la cantidad de almas que han sucumbido a ti. Pues cada día estoy más cercano a pensar, y más aún con el partido de ayer, que el fútbol no se mide con números, ni clasificaciones, ni resultados. El fútbol se mide por epopeyas, por corazones conquistados y por almas convencidas. El partido de ayer debe actuar como sacudidor de conciencias.

Ayer vivimos una jornada digna de ser recordada.

Carlos López