Singuerlín 1 Canyelles 3 Jornada 18
Hace unos días quedé con un amigo que hacía demasiado que no veía. Es un amigo de fútbol, de vestuario, una de esas amistades que se mantiene incluso cuando el fútbol entre nosotros se ha acabado. Fuimos a cenar al mismo sitio al que íbamos habitualmente cuando jugábamos en el mismo equipo, en los infiernos de la federación catalana, la devaluada cuarta catalana. Por fin, después de soltarnos recíprocamente las penas correspondientes, a la tercera cerveza, me explicó algo interesante que logró llamar mi atención y escribir ahora sobre ello. Se ve que unas noches atrás conoció una mujer, acabando con una racha muy negativa y extensa, amiga de una amiga, y congeniaron hasta tal punto de tomar la última en casa de ella, cerca del campo de la Barceloneta, y puntualizó que ahí perdimos una liga, por culpa de un penalti que yo hice. Lo viste bien desde el banquillo, le pregunté con maldad. Ignoró mi pulla centrándose en su historia nocturna, con la mujer en cuestión. Me siguió contando que después de lo que tenía que pasar entre ellos dos mi amigo se disponía a salir de la habitación a buscar algo para beber (aunque yo creo que pretendía huir), se levantó y al agarrar el mango de la puerta se dio cuenta que estaba roto, que era imposible salir de ahí, por mucha fuerza que invertía el resultado seguía siendo el mismo. Golpes con el hombro y alguna patada. Todo inútil. Estaban cerrados dos desconocidos semidesnudos en una habitación sucia, repleta de pósters para disimular la falta de una buena capa de pintura, en un piso antiguo que se le caía encima por momentos. Ella, por lo que contó, sabía que la puerta no se podía cerrar del todo, que había que dejarla entornada pero no le dijo nada. ¿Qué podía hacer ahora? Él no tenía pensado quedarse ahí y no tenía más remedio que esperar a que viniera la compañera de piso a rescatarlo, abriendo desde fuera. Su histeria, concluí, fue provocada por el tránsito entre lograr lo que andaba buscando exitosamente a sentirse acorralado sin poder hacer nada. Otro se hubiera tapado con el edredón, hubiera cerrado los ojos y mañana sería otro día pero mi amigo se paralizó y no pegó ojo. Fumándose el tabaco de ella pegado a la ventana con la persiana rota intentando contactar visualmente con algún vecino de enfrente para que lo sacara de ahí. Esa indefensión suya con la situación y la pachorra que desprendía la compañera, que hacía rato que dormía, le dejó tocado, igual que estamos tocados los que somos del Singuerlín: ansiábamos llegar a una categoría y ahora nos sentimos desamparados, siendo poco pesimista, esperando que venga alguien a abrirnos la puerta.
No hay manera de revertir la situación. Incluso después de que el Canyelles rematara todos los balones parados que lanzó, hasta el minuto 87 los locales llegaron con opciones tras el penalti provocado por Xavi y ejecutado por él mismo, doce minutos antes. Costó tanto generar algo de ilusión y se esfumó en tan poco tiempo. El boxeador que aguanta en las cuerdas la paliza que le está dando su contrincante más experimentado y más fuerte y, aún así, consigue lanzarle dos ganchos cerca del final del último asalto, nacidos del orgullo pisoteado. Pero nunca es suficiente. Al descanso, pese a ir empatando a cero, se percibía la superioridad del rival, que había tocado todos los balones que había metido en el área de Raúl, en cambio, los nuestros, metieron pocos balones cerca del área rival y no había rematado ninguno. En la reanudación hubo mejor trato de balón de los de Santa Coloma pero la misma sensación de vulnerabilidad, se atacó a trompicones pero con menos energía para tratar de remendarlo. Somos un equipo de momentos. Quizá a los nuestros les retrató el balón parado (dos goles encajados) pero el partido se pierde por un gol hilado de los visitantes, construido en campo rival con paciencia, me recordó al último gol del Europa. De un lado a otro, dos toques de todos los jugadores, la llevan fuera para meterla dentro y dársela al mejor jugador del campo que no erró, el diez de los visitantes, que nos volvió locos. Después, Damián, Xavi y Mora, generaron por sí solos peligro en los pocos minutos que coincidieron en el campo. Tuvieron el empate a la salida de un córner cerrado desde la izquierda que el portero embolsa en la línea de gol. Hace 3 meses hubiera entrado. Al final, de nuevo, otro remate supuso para Raúl volver a sacar el balón de la red. Situación general difícil pero con la obligación de revertirla. Queda lo suficiente para arreglarlo.
Canyelles fue el primer partido de la temporada con un resultado opuesto al de ayer. ¿Qué ha cambiado tanto tras dieciocho partidos? Recuerdo bien ese partido y me encuentro ilusión y un grupo que lo peleó sin concesiones, que empezó perdiendo y algo aturdido pero sabía lo que tenía qué hacer. Atacó bien cuando tuvo que atacar y defendió junto cuando le tocó hacerlo. Se corrió al espacio, no se regaló nada y no nos ganaban por arriba más allá de lo entendible. Quizá lo estoy idealizando, puede ser, entiendan mi desesperación. Siempre es más agradable relatar una victoria de los míos que una victoria de los otros.
Mi amigo salió a la mañana siguiente de aquella habitación carcelaria. Ayer nos vino a ver a Can Zam, dice que intenta no estar en espacios cerrados y que no ha vuelto a llamar a la mujer de la Barceloneta. Volvió a recordarme el penalti que nos costó una liga.
Por Carlos López.