
Singuerlín – Sant Andreu Atlètic. Jornada 14
Mi madre suele repetir, en momentos de profunda sinceridad, que lo mejor de que sus hijos se hayan hecho mayores es no tener que ir más a ver partidos de fútbol ni esperar que salgan los últimos del vestuario ni sufrir en cada córner ni contar los remates de cabeza como genocidios de las neuronas de su descendencia. Precisamente, el día que decidió que se había acabado el fútbol para ella en campos dejados de la mano de Dios de la periferia de Barcelona, fue un partido contra el Sant Andreu, hace ya muchos años. Ayer vino a ver el partido y dijo: “lo habéis hecho muy bien y habéis merecido ganar. Nunca me ha caído bien el Sant Andreu”. Pues bien, después de muchos problemas y de no ver claramente cuál era el camino, Singuerlín volvió a sentirse en el Narcís Sala un equipo capaz de competir y puntuar. Un paso tan pequeño como importante.
El partido
Intento no escribir estadísticas porque no me gusta retenerlas en la memoria, pero hacía bastantes jornadas que Singuerlín no puntuaba y eso hace que el punto obtenido sepa a gloria. Más aún, la proximidad del empate rival con el final del partido provoca una sensación de injusticia respecto a los meritos hechos. La frustración se agranda cuando recibes el golpe tan cerca del término del combate. Lo más importante que hicieron los nuestros fue competir como si las estadísticas ni los contextos existieran. Los interiores, que habían sido extremos en las últimas fechas, hicieron de interiores. Los dos pivotes, Gorka y Aritz, jugaron de diez: sin balón se desfondaron y con balón no hay dos jugadores que conozcan mejor el jugar en medio campo. El oficio de centrocampista es ingrato y hay que ser muy competente para hacerlo bien en esa zona, en medio de todo el barullo, teniendo tres pares de ojos, dominando todas las facetas. Ya sabemos lo que dicen, dime qué medio campo tienes y te diré qué equipo eres.
El Sant Andreu es un equipo disciplinado tácticamente y con jugadores jóvenes con gran potencial que jugando en casa se agrandan e intentan dominar el partido. Siguiendo este esquema los de Juanan tenían la obligación de ser ordenados para competir. Es decir, que cada uno hiciera lo que sabía hacer dónde debía y tuviera la voluntad de sacrificarse más de lo que se venía haciendo. Al término de la primera parte, con empate a nada, había motivos para pensar que el partido se podía decantar para nuestro lado, ya que los visitantes tenían menos protagonismo que los del filial, pero hacían mucho más daño en cada golpe que soltaban. Antonio y Nori se mantuvieron competentes ante sus rápidas parejas de baile. El primero hizo un partido perfecto, defendiendo a un jugador que iba en moto, y el segundo estaba por el buen camino hasta que no aguantó más una torcedura de tobillo.
El segundo tiempo empezó con dominio territorial local; se jugaba más cerca de Raúl pero con menos peligro para él. El juego del Sant Andreu se centraba en hacer llegar el balón a sus dos extremos rápidos, llevaban el balón de dentro a fuera para acabar dentro otra vez. Mucho juego elaborado que no hizo desquiciar al Singuerlín que salía con criterio cuando robaba y trataba de gestar la jugada cuando los pulmones lo permitían. En una de estas, se logró contactar con Xavi que hizo lo propio con Dani que jugó al espacio por delante con Balca, el brasileño de Santa Coloma, desde la derecha el zurdo se lo hizo venir bien, todo a cámara lenta, para acomodársela y meterla al fondo de la portería. A falta de treinta minutos para el final el partido estaba encarrilado.
El Sant Andreu apretó subiendo el ritmo de juego, sin ser más directo, jugando por el suelo y más rápido. Los visitantes, en cambio, trataban de retener el balón, hacer la jugada más larga para respirar y para desquiciar al rival. En una de estas combinaciones hubo una desconexión entre líneas que desembocó en un centro en diagonal por encima de los centrales y un remate tan talentoso como certero. Difícil de defender. Remate de volea, larguero y gol. 1-1.
La gente
El sociólogo Goldblatt dijo sobre el fútbol: “es un lugar raro y precioso, parte de nuestra cultura en común, una herencia fabulosa de más de cien años de juego, un repositorio de identidades poderosas y solidaridades, un complejo juego de rituales colectivos y conversaciones públicas en un mundo profundamente individualista, atomizado y dividido, un lugar en el que nos mezclamos socialmente, que trata de nosotros, no de yo”.
Hace algunas semanas, desde la tercera jornada de liga, en el campo del Premiá, uno se dio cuenta del entusiasmo que hay en la gente del barrio por este equipo. Nuestro equipo. Aquel día, indiscutiblemente, había mucho más público venido de Santa Coloma que autóctonos. Ayer igual, y no por ser un hecho que se repita domingo tras domingo deja de impresionar que las gradas ajenas se llenen de amigos y conocidos, perfectos seguidores. Cívicos y respetuosos.
Desde las élites nos han robado gran parte del fútbol sin que nos hayamos percatado. Solo nos queda este pequeño rincón, al lado del río y cerca de la autopista, donde refugiarnos.
Hay una pintada de color verde en la verja del Can Zam 2 que dice: “lo que más quiero es volverte a ver en segunda catalana”. Lo primero que pensé cuando la vi fue que resultaba algo exagerado, ahora me doy cuenta que lo que en otro lugar es exagerado en Singuerlín es normal, es lo cotidiano.
Ellos nunca fallan. Se demostró en Roda de Ter.
Mi madre también dijo que el alto, el capitán, jugó muy bien, que el portero es muy bueno y que el pequeñito de la banda le gustó mucho, y que el Japo corrió como una liebre, palabras textuales. Sigue teniéndole tirria al Sant Andreu, no sé muy bien por qué, y me insiste en que su gol era fuera de juego.
Esta crónica va dedicada a Ordóñez, Joel y Luís, y que sus rodillas se recuperen lo antes posible. Así como para Pecho, Mora y Castro, que los podamos ver pronto marcando goles.